lunes, 3 de septiembre de 2018

Astillas


Ella escarba en la intimidad de su interior. Resuena la grava que envuelve sus costillas, y se arrullan en su médula las palabras que se amalgaman a cada paso, en cada caída, en cada levantarse. Y en las páginas que escriben su pasado pueden verse pequeños retazos de dolor, letras que escoge cuidadosamente y convierte, con sutileza, en un desmesurado hundimiento que lleva al lector a un estado de empática soledad, de miedo irracional al vacío. Y así, con una delicadeza de orfebre, crea un mundo donde muchos podrían esconderse, pocos conocen y apenas media docena de ojos han podido sumergirse. En esa pequeña habitación con una ventana de madera astillada, con un irónico y más que certero parecido a su corazón.

lunes, 6 de agosto de 2018

Vivos


Todo lo que somos se esconde en una partitura de corcheas desacompasadas. Papeles en blanco de notas que conservamos por si alguna vez. Restos de polvo en la ropa, que desgastamos y acabamos guardando en el fondo del cajón. Ahora somos polvo y ya no queda más que la imperceptible idea de lo que fue y ya no está. Ahora somos nada vestida con colores claroscuros, teñida de un azul tan grisáceo que enarbola todos los cuentos que transcurren en Siberia. Somos la palabra impresa en papel del miedo a lo venidero, del dolor presagiado, del sonido ya conocido del viento, el grito, la soledad alargando la agonía. Somos todo eso. Y eso es lo que nos mantiene vivos.

domingo, 13 de mayo de 2018

Conversaciones con S (IV)


La luz de una lámpara de araña iluminaba la estancia de aquella pequeña librería que encontramos de casualidad, en una esquina de alguna de esas calles por las que nos perdíamos en nuestras tardes de paseo. S deslizaba sus manos por los lomos de los libros de una de las estanterías, con delicadeza, como si fueran cachorros de perros recién nacidos, mientras leía los títulos con la cabeza ladeada y cierta expresión de concentración.
—Es abrumador…
—¿El qué?— le contesté.
—Todos estos libros… No solo contienen la historia que tienen en su interior, en sus letras, sino también lo que no se cuenta, lo que ocurría mientras era escrito, por ejemplo. Y pensarlo es abrumador. ¿Qué sucedía mientras esta autora estaba escribiendo el cuarto capítulo? ¿En su mente ya tenía formado el final, o lo cambió por algo inesperado que le pasó días después? ¿Su escritura la movía la tristeza, o una felicidad que luego se fue diluyendo haciendo el libro más oscuro? ¿Y lo borrado, lo tachado, lo que en un momento de poca inspiración decidió eliminar, realmente debía ser olvidado? ¿Y esa casa vacía que la protagonista del libro encuentra en su huida y tan pronto como sale de allí desaparece para siempre de la trama, qué historia tiene detrás? ¿Se esconde alguien de su entorno en alguno de los personajes? ¿Y qué hay de verdad en cada uno de ellos?… Todo son caminos, que van formando nuevos caminos… Historias que bien podrían formar otros libros.
—Tienes razón… Visto así es bastante abrumador— le respondí, cavilando sus palabras.
De pronto, la luz de la lámpara se apagó, dejándonos en una penumbra donde solo podíamos ver nuestras sombras y las de los libros a nuestro alrededor. Miramos por la cristalera de la librería hacia la calle, comprobando que también se habían apagado en el exterior. S se acercó a mi oído y me susurró:
—Creo que esto puede ser el comienzo de una de esas historias, y espero que no sea de terror.

domingo, 11 de febrero de 2018

La herida


 La escarcha se mantiene intacta sobre los pequeños arbustos desde la madrugada anterior, y la arena cruje, como a punto de romperse, pero aguantando el envite, quedando apelmazada. Dejando las huellas de unos pies descalzos, continúa caminando hasta que llega a la orilla, donde siente en sus dedos el agua helada como pequeñas agujas, y se para durante unos segundos, mirando al cielo. Respira. Cierra los puños y aprieta con fuerza los dientes. Y se adentra, despacio, en la inmensidad azul. Su cuerpo, desnudo y blanco por el frío, como de porcelana, se va sumergiendo poco a poco, hasta que una capa de líquido lo bordea a la altura del pecho. Cierra los ojos y se concentra en controlar la respiración, aclimatando su cuerpo. Pasan los minutos, en los cuales el silencio sólo se ve interrumpido por el sonido de las olas, chocando con fuerza contra las rocas en su crecida de la marea, mientras el vaho que sale de su boca se pierde con una pequeña brisa. Todo es calma. Quietud. Hasta que la nada que llenaba su mente comienza a quebrarse. Basta una imagen, un simple retazo de una vida que ya no existe para romper esa paz ficticia. Cierra los ojos, en un acto reflejo inútil para evitar el remolino de imágenes inevitablemente nítidas. Y antes de que el escalofrío recorra todo su cuerpo, de que el temblor que lo atenaza se una en un abrazo a traición con la realidad, coge aire y se sumerge. El frío le rodea, envolviendo todo su cuerpo. Las lágrimas brotan, y tal y como nacen desaparecen en una conjunción perfecta de salinidad con el mar. Y bajo el agua grita, grita a la nada para que vuelva a su mente, a la memoria para que se aleje. Grita al miedo, ahora un siamés unido a su cuerpo, para arrancarlo de cuajo. Le quema el pecho, y es por falta de aire, por la necesidad de sobrevivir y agarrarse al último vestigio de oxígeno. Quema. Bajo el agua fría, helada, quema la herida que tarda en cicatrizar.