viernes, 31 de enero de 2014

Palabras


Comenzó a escribir con distracción pero sin detenerse. Sobre el papel se originaban y deslizaban letras aquí y allá, de esas que aparecen sin estar preparadas, alargadas o con pequeños desmembramientos que las hacían poco parecidas a lo que el abecedario decía que eran. Cabreadas, empezaron a organizarse. En palabras al principio diminutas, formando pequeños grupos, pero poco a poco uniéndose y haciéndose cada vez más grandes. Aprovechando la distracción, llegaron a crear extensas onomatopeyas, e incluso la palabra murciélago. Y hacedme caso si os digo que las vocales unidas en un mismo grupo pueden causar grandes estragos.  Y si alguna lleva una tilde encima la cosa pasa a mayores.
Pero la distracción seguía, y las letras planificaban.
Una zeta les marcó el camino. Quizás un camino largo, pero el final haría que mereciera la pena. Seguían apareciendo, ahora más juntas, con mayor velocidad. Y en ese momento lo lanzaron.
Señuelo.
Un engaño simple, mundano, que hizo parar la escritura. No tenía sentido, no hacía más que estorbar, así que la palabra comenzó a tacharse. Y en ese momento, utilizando el bloque de tinta que se formaba, las letras comenzaron a subir por el bolígrafo. Asustado lo soltó, pero ya era tarde. Las aes y las emes empleaban los trampolines que formaban las eles, y le sujetaban con tanta fuerza que acabó por tropezarse y caer en el suelo. Suceso que fue aprovechado sin compasión.
Y en esa montaña de letras nuestro querido escritor se ahogó.
Ahora esas letras vagan por aquí y allá. Buscando una buena historia donde sean aceptadas, cuidadosamente escritas y posteriormente admiradas. Porque ante todo y por encima de luchadoras, las letras son orgullosas. Y no permiten que nadie las ponga en mal lugar ni de forma descuidada. Si eso ocurre, ellas siempre avisan provocándote un dolor de ojos constante. Así que si notas estos síntomas mientras las lees, huye. No querrás morir siendo ahogado por letras cabreadas.
Pero antes de despedirme dejadme que me presente, ante todo los modales. Soy interrogación, la que siempre cierra una pregunta. Y tengo que decir que aunque a veces la retórica me deje sola y desamparada soy un signo feliz, aunque me suela mostrar dubitativa.

Como ahora, que me estoy preguntando por qué os he contado esta historia.


miércoles, 1 de enero de 2014

Torpeza en papel en blanco

Posando tus silencios uno a uno en mis variaciones de luz, y nombrando de par en par contornos de los sonoros recuerdos en mi invierno tiritante de tu voz. Y que inventen circunferencias fragmentadas, que nombren al mismo Neruda, que aquí tú y yo somos más que una simple primavera, que aquí tú y yo somos la violencia en vena de un puto poeta en plena hibernación de su poesía.
Somos, al fin y al cabo, la cumbre del Everest hecha añicos y repartida en una cama de fragmentos de espejos octogonales, haciéndonos comprender que las miradas que me sorprenden cada vez que tu pupila se cruza con la mía dan una razón a mi guerra en la trinchera de tus piernas, dan un paso al frente en tus dudas dubitativas y colocan adjetivos a tu espalda ordenados por las letras imposibles de nuestros deseos. Y la conclusión, el desenlace o la nada nos dice que, al fin y al cabo, qué van a decir los cuerdos de tus ojos si nunca los vieron, si nunca los sintieron, si nunca, por más que quieran, los escribieron.