domingo, 11 de octubre de 2015

Tulipanes


Odio a mi puta cabeza. Sobre todo las noches, las malditas noches en las que el sueño se esconde y no aparece. Ahí el cerebro se convierte en ferrocarril, sin paradas, sin una sucia pausa para repostar. Y me carcome, me golpea, me deshace y me traspone a un abismo de pensamientos, donde cada uno tiene su espacio reservado para pasearse libremente por mi sien. Es un puto club privado de ideas que van con lanza en ristre y una pistola en la otra mano para rematarme si me queda algún atisbo de tranquilidad. Y caigo de forma exhausta, después de horas, tras haber bailado el agua a cada idea que acariciaba con cuchillas afiladas mi cabeza. Mi puta cabeza.
Hoy he estado en el cementerio. Te he dejado un ramo de tulipanes, tus flores favoritas. Aunque realmente ha sido por apariencias, debo mantener la idea de tristeza a mi alrededor. Pero aún así sonrío, sonrío cuando estoy frente a tu lápida. Seguramente alguien me habrá visto, pero lo atribuirá a que estaré recordando momentos felices a tu lado. Y vaya si lo hago. Cada vez que te visito recuerdo tu sangre, borboteante, frenética, al ritmo de tus latidos que buscaban la vida que se te iba por la garganta. Y tus ojos, tus ojos cada vez más vidriosos, huidizos, buscando alrededor algo a lo que aferrarse antes del fin. Luego fue fácil encubrirlo, lo tenía planeado desde hace tiempo, no creas. Pero eso ahora no importa. Lo que necesito ahora es paz, tranquilidad. Y estos malditos pensamientos no me lo permiten, me repiten que necesito más sangre, que necesito calmar mi adicción. Me mudaré. Aires nuevos, nueva vida, alejarse de todo, encajará. Y allí donde nadie me conozca buscaré la forma de tranquilizar de nuevo los deseos que abarrotan mi puta cabeza.