lunes, 17 de agosto de 2015

Universo rojo


Tenía una cierta calidez en la voz que hacía que todo lo que transcurría en esa habitación, en el mundo, en aquel lugar donde sus labios moviéndose eran un baile delicado rodeado de movimiento frenético, fuera una simple brisa imperceptible que recorre una montaña que se encuentra en total silencio. Con cada respiración que entraba en su boca para poder continuar hablando se atisbaba una lengua que bien podría dejar exhausta a cualquier mirada que intentara no embelesarse con ese juego de curvas, que trazaba con la dulzura y sensibilidad de una tela colgada moviéndose al ritmo del viento una tarde de otoño soleada. Las palabras fluían, acariciaban los oídos y sin preámbulos se dirigían directamente al cerebro, provocando un placer entre eléctrico y dominante, poseyendo todos los sentidos del cuerpo un segundo después. Unido a la silla, incapaz de moverme un solo milímetro debido a una gravedad discordante a todo lo posible físicamente, que me hundía hacia abajo y a la vez en dirección a su boca, tuve el deseo irrefrenable de mirar a sus ojos. Y cuando un segundo después, tras haber conseguido estoicamente levantar la cabeza y olvidar ese pequeño universo rojo, su mirada se cruzó con la mía, las luces se apagaron, provocándome una exhalación debido al aire que involuntariamente había olvidado expulsar de mis pulmones, y el consiguiente sentimiento de vacío al darme cuenta, tumbado en la cama, de que todo había sido un sueño.