lunes, 3 de noviembre de 2014

Parpadeo


Despierto. El silencio martillea mis oídos haciéndome partícipe de la atmósfera contenida que gobierna la habitación. Noto mi respiración pausada, que se entrecorta al notar el olor a sangre. La oscuridad se cierne sobre mí aun con los ojos abiertos, y el tragar saliva bajo mi garganta se convierte en un abucheo de masas. Parpadeo. Oigo el grifo sibilante del baño contiguo. Muevo los brazos instintivamente, y noto el quemazón en las muñecas de la sujección que me ata a la cama. Incluyo en la lista de estupideces el movimiento de mis piernas, notando como lo que sujeta mis tobillos se interna más en mi piel, removiendo la sangre seca. El cerebro me traduce un "qué cojones haces" con dolor, y mi voz resquebrajada le responde con un suspiro cansado y un par de lágrimas sin ápice de emoción. Comienzo a sudar. Parpadeo. El grifo ha parado. Noto como se acentúan mis latidos, recorriendo mi cuerpo, recreándose en las zonas atadas de mis extremidades. Más lágrimas recorren mis mejillas y se lanzan al colchón. Estoy atrapado. No sé cuanto tiempo llevo aquí. A veces despierto y creo estar muerto, hasta que noto las punzadas de dolor al moverme. Dolor. El dolor me ata a la vida. Eso y una cama de ochenta por ciento noventa. Se oyen pasos, la llave en la puerta.
Cierro los ojos.