Los ojos se abren y el vientre oxidado se resiente ante el primer movimiento de espiración. Rasga, araña la piel y retiene un hilo de luz entre polvo y silencio, donde todo había quedado sepultado. Ahora resurge, impertérrito. Sin miedo. Se resquebraja la raíz, brotando de nuevo, sin más testigo que la noche. Y con sigilo, vuelven las palabras. Vuelve la insaciable sed de voltear lo de dentro, lo que las entrañas esconden, al papel. Y el letargo, ajeno al tiempo, llega a su fin.
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