Comenzó a escribir con distracción pero sin detenerse. Sobre
el papel se originaban y deslizaban letras aquí y allá, de esas que aparecen
sin estar preparadas, alargadas o con pequeños desmembramientos que las hacían
poco parecidas a lo que el abecedario decía que eran. Cabreadas, empezaron a
organizarse. En palabras al principio diminutas, formando pequeños grupos, pero
poco a poco uniéndose y haciéndose cada vez más grandes. Aprovechando la
distracción, llegaron a crear extensas onomatopeyas, e incluso la palabra
murciélago. Y hacedme caso si os digo que las vocales unidas en un mismo grupo
pueden causar grandes estragos. Y si
alguna lleva una tilde encima la cosa pasa a mayores.
Pero la distracción seguía, y las letras planificaban.
Una zeta les marcó el camino. Quizás un camino largo, pero
el final haría que mereciera la pena. Seguían apareciendo, ahora más juntas,
con mayor velocidad. Y en ese momento lo lanzaron.
Señuelo.
Un engaño simple, mundano, que hizo parar la escritura. No
tenía sentido, no hacía más que estorbar, así que la palabra comenzó a
tacharse. Y en ese momento, utilizando el bloque de tinta que se formaba, las
letras comenzaron a subir por el bolígrafo. Asustado lo soltó, pero ya era
tarde. Las aes y las emes empleaban los trampolines que formaban las eles, y
le sujetaban con tanta fuerza que acabó por tropezarse y caer en el suelo.
Suceso que fue aprovechado sin compasión.
Y en esa montaña de letras nuestro querido escritor se
ahogó.
Ahora esas letras vagan por aquí y allá. Buscando una buena
historia donde sean aceptadas, cuidadosamente escritas y posteriormente
admiradas. Porque ante todo y por encima de luchadoras, las letras son
orgullosas. Y no permiten que nadie las ponga en mal lugar ni de forma
descuidada. Si eso ocurre, ellas siempre avisan provocándote un dolor de ojos
constante. Así que si notas estos síntomas mientras las lees, huye. No querrás
morir siendo ahogado por letras cabreadas.
Pero antes de despedirme dejadme que me presente, ante todo los
modales. Soy interrogación, la que siempre cierra una pregunta. Y tengo que
decir que aunque a veces la retórica me deje sola y desamparada soy un signo
feliz, aunque me suela mostrar dubitativa.
Como ahora, que me estoy preguntando por qué os he contado
esta historia.