domingo, 20 de marzo de 2016

Madame Bovary


Y la bruma golpeaba toda incertidumbre, al borde de la inconsciencia y el baile a dos de la última luna llena de la noche. Terminación en salitre, principios aislados en vacío, y pasos al ritmo del viento. Sedientos, ardemos. Y no nos conformamos. El eco vuelve. Entrelazando el cielo a las metáforas de unos labios pintados a las seis, en la madrugada todos duermen, y yo me acuerdo de ti.

martes, 15 de marzo de 2016

La ventana


Llevaba toda la mañana sentada en la silla, frente a la ventana. Sólo el renqueante vaivén de su pecho daba a entender que aún quedaba vida en ella, aunque sólo fuera en el más recóndito interior. Sus ojos, vacíos ya de esperanza y lágrimas, hibernaban junto al brillo que hace tan poco tiempo nivelaba la oscuridad del mundo, que ahora se mostraba ganadora de la batalla. Una batalla sucia, que había comenzado y terminado al mismo tiempo con un golpe certero que nadie esperaba. Me acerqué con pasos lentos, haciendo sonar el suelo de madera para que notara mi presencia, pero a pesar de ello no se movió. Cuando llegué a su lado posé mi mano en su hombro, con levedad, con miedo y prudencia, como si fuera de un cristal frágil y fino como la superficie de un mar en calma. Mantuve en esa posición la mano, notando su piel templada, durante un tiempo del que perdí noción, intentando no sé qué exactamente. Estaba ahí, a mi lado, y la tocaba, pero realmente estaba lejos, perdida. Esa mano que descansaba en su hombro sólo buscaba dar cuerda a la vida, devolver al tiempo a su lugar, enterrar el dolor. Comencé a notar lágrimas cayéndome por la cara, que llegaban a mi boca donde la salinidad se mezclaba con las palabras no dichas, las palabras que no salen porque se saben impotentes. Antes de que la mano comenzara a temblarme la aparté, quizás con demasiada brusquedad, y salí de la habitación con la desesperanza ahogándome, volviendo la mirada antes de cruzar la puerta. Por la ventana entraba una luz cálida, impávida, que se reflejaba en un cuerpo con un interior en ruinas.

domingo, 28 de febrero de 2016

Réquiem


Palpita el pulso por mis dedos
que bailan al viento en tu despedida
y acompasan la música sibilante
del réquiem echando raíz.
La vida siguiéndote.
Mientras, yo inmóvil.

martes, 16 de febrero de 2016

G. Abstracciones (I)


En el patio, las escaleras que llevan a la puerta de casa son de piedra. Hoy están húmedas, frías. La lluvia que ha caído por la mañana, cuando el sol aún hacía acto de presencia de forma tímida, se ha vaporizado en parte, mientras que la otra se ha recluido en su interior. Las observo desde la ventana de la cocina, entreabierta, y mimetizo su situación con la mía, con el recuerdo de M, que me rodea, envolviéndome, recorre mi espalda tensándola y se clava muy poco a poco, como disfrutando del momento, en el pecho. Y abro la puerta, me siento en esas mismas escaleras y desayuno, apoyado en ellas con una mano, notando como ese frío que respiran es el que a mí me ahoga desde hace cinco meses, cuando todo se desmoronó.


domingo, 14 de febrero de 2016

Conversaciones con S (III)


 —Al final tenías razón, es la típica que ponen todos los años en San Valentín.
Estábamos en casa de S, y acabábamos de ver una película que habían anunciado durante toda la semana “para ese día tan especial”. S insistió en verla a pesar de mi reticencia.
—Te lo dije, puro pasteleo. No sé como alguien puede pensar que esto puede ser real.
—La verdad es que hay quien consume el amor a mordiscos... No se sacian, y lo agotan por pura avidez, por gula. Bucean en él a pleno pulmón, hundiéndose en la más recóndita profundidad que estas películas venden como la idealidad. Y lo malo es que cuando llega la calma, la realidad, quieren volver a respirar, pero ya están lejos, a kilómetros de la superficie, y allí esos pulmones se quedan sin aire y el corazón deja de latir.
S cerró los ojos, como intentando recordar algo.
—“En ese punto intenso de cocción en que el agua hierve, se acaba pronto el caldo en la cazuela y se chamusca el puchero que con tanta ilusión estabas preparando. El ardor sólo sirve para achicharrar las cosas”, escribió Chirbes en su novela “En la orilla”.
Me quedé en silencio, pensando en la frase. Al cabo de un rato me dispuse a contestar, pero cuando la miré estaba dormida con la cabeza apoyada en el respaldo del sofá. Me levanté con cuidado y le puse su cojín con estampado de libros bajo la cabeza, la tapé con una manta y apagué la televisión. Me puse el abrigo y la bufanda, y salí sin hacer ruido de su casa, al frío invierno de febrero.

miércoles, 27 de enero de 2016

Madrugada


Noté el frío de invierno cuando me dispuse a cerrar las contraventanas de la habitación. Era ya tarde, la madrugada había traído el silencio al pueblo, y tú te hacías un ovillo en la cama con la manta sobre tu cuerpo. Respirabas despacio, tranquila. Ajena al viento que asolaba fuera, lejos del mundo, soñando alguna de esas historias que luego me contabas por las mañanas.