miércoles, 1 de enero de 2014

Torpeza en papel en blanco

Posando tus silencios uno a uno en mis variaciones de luz, y nombrando de par en par contornos de los sonoros recuerdos en mi invierno tiritante de tu voz. Y que inventen circunferencias fragmentadas, que nombren al mismo Neruda, que aquí tú y yo somos más que una simple primavera, que aquí tú y yo somos la violencia en vena de un puto poeta en plena hibernación de su poesía.
Somos, al fin y al cabo, la cumbre del Everest hecha añicos y repartida en una cama de fragmentos de espejos octogonales, haciéndonos comprender que las miradas que me sorprenden cada vez que tu pupila se cruza con la mía dan una razón a mi guerra en la trinchera de tus piernas, dan un paso al frente en tus dudas dubitativas y colocan adjetivos a tu espalda ordenados por las letras imposibles de nuestros deseos. Y la conclusión, el desenlace o la nada nos dice que, al fin y al cabo, qué van a decir los cuerdos de tus ojos si nunca los vieron, si nunca los sintieron, si nunca, por más que quieran, los escribieron.